jueves, 14 de junio de 2007

Primas



Paulina Pérez Ng (nieta de Celia Lorenzo, hija de Anita Ng Lorenzo), Marcela Carrere (hija de Chela Lorenzo) y Virginia Cabral Carrere (nieta de Chela Lorenzo, hija de Patricia Carrere Lorenzo).
Tres gemas nicoleñas.

martes, 12 de junio de 2007

primada




En esta fila de niños y niñas hermosisimos-as encontramos a toda la primada.
Quienes faltan?
SOMOS: De izquierda a derecha: Carmencita Lorenzo, Héctor Lorenzo, Marisa Almada, Patricia Carrere, Susana Lorenzo, Anita Ng, Alicia Lorenzo, Gustavo Ng, Isabel Lorenzo, Chiquita Lorenzo.

Detrás de la foto está esta leyenda...

La foto fue tomada en la casa de calle Alem en 1967, donde vivimos primero los Ng Lorenzo con los Carrere Lorenzo (allí nació Marcela) y luego llegaron los Lorenzo Coraletta (no recuerdo si Gaby nació allí).

Si me pongo a escribir sobre esa casa no la termino...

La sacó Edgardo y la dedicó: " Dedico este recuerdo a Doña Luisa de todos mis conejitos y gatito
Edgardo 12-IV-67 P. Rico "

Disculpen, no puedo detener los recuerdos:

Esta foto está datada en abril de 1967. De izquierda a derecha, Carmencita debía tener 13 años, Héctor 6, Marisa 3, Patricia 2, igual que Susana, Anita y Alicia; Gustavo 4, Isabel 7 y Chiquita 11.
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Fue tomada por Edgardo. Tenía cámara de foto. Posiblemente estuviera de regreso de su primera incursión a los Estados Unidos, para llevar a su mujer e hijas. Creo recordar que Rosita y las nenas pasaron unos días en esta casa.
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Sí recuerdo claramente que éramos felices.
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Sin embargo, abril del 67 era un momento trágico. Marcela no está en la foto. Tenía ocho meses. Tal vez la tenia en brazos Chela, que tal vez estaba detrás de Edgardo fotógrafo. Las fotos eran un acontecimiento, como lo debía ser la reunión de hermanos en esa casa; debían estar las familias de Horacio, Tito y Betty, además de las que habitábamos la casa, las de Chela y Celia, más la de Edgardo. Ricardo era un chico de 24 años y Luisito, de 22. Es posible que Milo estuviera viviendo en Tacañita, Santiago del Estero, con Rina de 5, Cachito de 3, y Beba embarazada de 7 meses: en junio nacería Stella Maris. Albertito tenía aquí -5 años. En ocho meses Beba de Ricardo quedaría embarazada de Gaby. Creo que Gaby habría de nacer mientras vivíamos en esta casa. Pero ya no viviríamos aquí cuando naciera Fernando, que para esta foto tenía -3; Lore tenía -7 y me pierdo con la edad de los demás, Haydée y Nuri, que estaban en San Juan, y Andrea y María Eugenia, que estaban recién entrando en los planes de Dios.
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Decía que la foto fue tomada en un momento trágico. Que Marcela tal vez estaba en brazos de Chela o tomando la teta o durmiendo adentro. Seis meses antes se había ahogado Carlos Carrere, su papá.
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Chela me dijo que fue en esta casa donde yo le puse Marcela a Marcela. Pregunté por su panza, me explicaron que tenía un bebé y les dije cómo se llamaba. Yo debía ser un pendejo desagradablemente consentido; recuerdo que en otra ocasión (tal vez fuera el día de la foto), me peleé con Héctor y le dije “vos no sos más mi primo”. Él se rió y yo tuve que ser bastante mayor de lo que era Héctor en ese momento para comprender que se reía de lo absurdo de mi tiranía: no se puede ordenar al sol salir, no se puede dejar de ser primo.
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Recuerdo que yo jugaba con Marcela en el piso del patio de la foto, cuando ella era un bebé que se movía sobre un acolchonadito recubierto de plástico blanco y verde agua.
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A un metro y medio a la izquierda de la Chiquita de la foto había una puerta en una pared perpendicular a la puerta que tiene detrás. Por esa puerta perpendicular rebalsaba la pieza de gente vestida de negro cuando velaron en aquella habitación a Carlos. Estaba por terminar el velorio. Me acerqué porque me impresionó que todos recitaran algo al unísono (santamaría-madredediós…). Me acerqué y algunas mujeres empezaron a gritar allí dentro.
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Junto a esa pieza, alejándose de los primitos, estaba el dormitorio de Chela y Carlos. Y luego el gran comedor. Ya publicaré una foto de la gran familia en ese comedor. Muchas reuniones se hicieron allí porque cabíamos todos.
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En el comedor estaba el televisor. Una vez llegó el abuelo Emilio con una tortuga que había pescado en el río. Para mí no podía suceder algo que me alegrara más. El abuelo la puso sobre una mesa, creo que estaba recubierta de una laca rosa con rayitas de colores, en dirección al televisor, y nos dijo “miren cómo mira televisión”. Yo no podía entender cómo la tortuga era tan inteligente. Le pregunté y me dijo que era muy inteligente porque la había traído él.
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Más adelante veríamos en ese televisor Tarzán. Se prendía fuego una aldea de chozas de paja y la gente sufría y daba alaridos con las caras desesperadas, por lo que corrí a esconderme para no ver. Beba se reía y mi mamá intentó sin éxito convencerme de que era mentira.
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En el comedor estaba la heladera. En la parte de abajo —nunca fui muy alto: no recuerdo la parte de arriba— poníamos unos coquitos anaranjados que caían de la palmera de aquel patio. Para mí era un árbol gigantesco, y posiblemente lo era. También había un aljibe, unos malvones y madreselvas.
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Estamos yendo desde la calle hacia el interior de la manzana: el patio estaba conectado a otro patio, mucho más grande, al que daba la cocina que seguía al comedor.
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Recuerdo un otoño en que hacía un frío tremendo —quizás el otoño anterior a la foto. Estábamos en la cocina mis viejos, Chela y Carlos, con las hornallas de la cocina todas encendidas. Chela cebaba mate. Yo observaba cómo el viento hacía girar en remolino las hojas, como si fueran un ballet. ¡Todo en el mundo era tan nuevo! Podía quedarme horas mirando las horas. Me sacaron del letargo para decirme “mirá el conejito”. Me sobresalté mucho, ¡un conejito en aquel patio! Había estado mirando tanto tiempo y no lo había descubierto. “Ahí, boludo”, me dice Carlos, y yo busco con más intensidad en el patio. “¡Acá, te digo, boludo!” Me estaba mostrando una sombra chinesca que uno de ellos estaba haciendo sobre la pared.
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Para mí eran, naturalmente, gente grande. Siempre habrían de ser gente grande. Sólo cerca de mis cuarenta caí en la cuenta de que aquel hombre grande que era Carlos, no tenía más de 28 años cuando murió. No puede ser, me dije, era un pendejo.
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Mientras vivíamos en aquella casa hubo una inundación legendaria en San Nicolás, que afectó apocalípticamente la casa de Arroyo del Medio. Pero no recuerdo nada de eso, sólo lo que me contó con el tiempo mi mamá. Carlos metió una chancha y su cría en una heladera para salvarlos. Casi todo se perdió. Quedó el abuelo Emilio para cuidar las pocas cosas que quedaban. Luego Prefectura se lo llevó, medio a la fuerza. El mayor dolor de mi mamá era haber perdido sus libros.
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En los fondos del patio trasero había un árbol de granadas. Alguien me enseñó a comer esas frutas y a mí me encantó. Una tarde vi una mesa debajo del árbol. Subí una silla, y arriba de la silla puse un cajoncito, de modo de poder llegar a agarrar una granada. Todo salía a la perfección, pude subir la silla, la silla no se cayó, me pude subir, nadie me veía para retarme… ya tocaba la granada… Todo salía perfecto y entonces, cuando ya tironeaba de la fruta, algo terrible me pasó en el ojo, algo se me vino a clavar. Ya me había despatarrado en el piso, con el cajoncito por un lado, la silla por otro y un dolor increíble en el ojo. Quien me atendió me dijo que había sido una abeja.
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En esos fondos Carlos criaba gallos de riña. Los recuerdo, tan bravos y tan hermosos. Me contaron que pusieron a dos, cada uno en su jaula, pero las jaulas cerca, y entonces se habían peleado hasta que al otro día los encontraron muertos.
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Un día Carlos llegó con una cantidad de liebres. Las cuereó allí y las dejó al sereno para hacer escabeche.
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Aunque sé que es gran criador de chiquitos, no recuerdo casi nada de mi padre, salvo una tarde en que me sacaba los mocos. Me iba sacando los mocos duros con un dedo, igual que se los saca a sí mismo un chico. Me decía “¡esta es una vaca!.. ¡este es un pescado!” No recuerdo casi nada más de mi papá, pero ese episodio de los mocos no debía ser aislado y es de una intimidad y un amor que aún hoy me asombran.
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Sí recuerdo conversar mucho con Ricardo, que era tan callado con los otros adultos. Una tarde me preguntaba si a mí me gustaban las rubias o las morochas. Fue el momento en que supe que a uno le pueden gustar las mujeres.
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Mientras vivimos en esa casa yo no era un chico que anduviera callejeando. Los hombres debían ser hombres de su casa, no debían tener amigos, ni andar por ahí, porque andar por ahí siempre era vaguear y hacer cosas contra la santidad de la familia. Y si quería más pruebas de lo malo que podía resultar tener una vida en el mundo, ahí estaba Carlos Carrere, que por irse a cazar, por andar en el río, por andar con una barra de amigotes, por beber, por ser temerario, audaz y vivir la vida intensamente, había terminado ahogado horrendamente.
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Pero Carlos ya me había mandado al armero de la esquina. Recuerdo que entré en el taller, minúsculo, oscuro, lleno de armas desarmadas y municiones, y le dije al tipo lo que quería Carlos: una caja de cartuchos calibre 20.
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Enfrente había unos chicos que vivían en una casa donde había un carro lechero con el que jugábamos y al lado estaba Timmy, tal vez mi primer amiguito. Era medio tilingo. Una vez lo mojamos con agua de la pelopincho en la que estábamos todos metidos cuando llegó y se fue llorando. ¡Es que estábamos tan contentos con la pileta! No creo que en el resto de mi vida yo haya disfrutado tanto una pileta como aquella, que además, trajeron los reyes.
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En la casa de al lado había unos hermanos un poco más grandes que yo, muy sabandijas. No nos juntábamos yendo por los frentes, como hacía con Timmy, que tenía una mamá muy primorosa, sino a través del tapial del fondo. Otro de los tapiales daba a una canchita de fútbol de cemento. Yo me metía ahí solo, y los invité a los sabandijas a ir, pero les daba miedo. En cambio, no les dio miedo ir a espiar a Ricardo y a Beba cuando se bañaban juntos. Los tres nos agolpábamos para poder ver algo por la puerta, pero no había ningún agujero, de modo que se nos ocurrió la genial idea de tirar la puerta abajo. Corrimos los tres y le dimos tremendo golpe a la puerta, que se abrió sin problemas y aterrizamos en mitad del baño. En un solo instante recuerdo un bramido descomunal de Ricardo que me llenó de terror, la risotada de Beba y nosotros saltando el tapial casi sin treparlo. Creo que nos quedamos escondidos todo el día.
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Con Beba yo jugaba mucho. Ella era tan alegre. Me enseñó a escribir. Una vez me corté un dedo y me dio un frasquito. Me dijo que pusiera la sangre adentro, luego me la tomaba y entonces me volvía la sangre al cuerpo.
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La pieza del velorio fue luego el dormitorio de mis viejos. Mi papá trabajaba de noche y mi hermana y yo dormíamos con mi vieja. Allí llorábamos cuando mi mamá debía ir a instrumentar una cirugía de urgencia.
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A mí me costaba dormirme y me entraba el miedo a la oscuridad. Mi mamá nos leía cuentos de un libro que en una página tenía los dibujos de un fantasma que se llevaba a un chico, no porque el chico se lo merecieran realmente, sino por algo tan injustificado como era que el chico no lograra dormirse. ¡Qué castigo! El argumento era brutal, pero más me aterrorizaba la cara del fantasma. Era verdaderamente maligno. Se hubiera llevado al chico por cualquier otro motivo. Cuando mi madre y mi hermana estaban dormidas, yo miraba con fijeza la puerta que daba a otra habitación y sabía que por allí entraría el fantasma asesino.
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Teníamos una cama con un respaldar de madera plano, con unas guardas hechas en una madera más clara Una noche que tenía fiebre, vi cómo esas guardas se transformaban en un circo, con elefantitos, ciclistas, malabaristas, acróbatas y otras figuras increíbles moviéndose sin parar.
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No sabía aún que la casa tenía dos pisos, y que otras familias vivían arriba.
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La casa era tan grande que después hicieron allí una escuela, el Colegio Integral, donde Anita concluyó la secundaria.
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Anita se desenvolvió muy bien en la sociedad; el resto rehuíamos la vida social, preferíamos la familia. Aquella casa que estaba en la calle Alem de San Nicolás, contenía toda la dicha que podían tener unas personas por vivir juntas. Era una casa encantada, por la que pasaron nacimientos y muertes, amor, alegría, otoños, reyes magos, tortuga, Tarzán. Aquella casa enorme, donde hacíamos las fiestas a la que venían todos, donde vivíamos dos, tres familias juntas, me dejó un sentido de comunidad que aún hoy se me hace la forma ideal de vida social humana, más que el pueblo, mucho más que la aglomeración alienante que es una ciudad y muchísimo más que la entelequia fascista que es un Estado Nación.

Gustavo

Piedra libre prima encontrada: Mariana Borelli




El domingo 9 de junio se casó Mariana Borelli. ¿Quién? Hija del Tata Borelli. Pueden ver nuestra filiación en esta carta que le escribí para hacer contacto con ella (creo que todos leemos inglés, pero si alguno no, ESTOY SEGURO de que Susana o Isabel podrán traducir):
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Hello Mariana, I am Gustavo Ng Lorenzo. That's one of your father's last names, Lorenzo. His mother was Carmen Lorenzo. She had a brother, Emilio Lorenzo, who was my grandfather.
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So, your father was one of my mother's cousins.
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They were quite particular cousins, since they shared both last names, Borelli and Lorenzo. There were these brother Emilio Lorenzo and sister Carmen Lorenzo, who married these other sister Luisa Borelli and Antonio Borelli. The first marriage gave birth to 15 children. The second one, 4. Those 19 children were cousins though genetically brothers and sisters. And the 19 gave birth to some 36 children. Who happen to be cousins.
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Among those 36 there's you and I.

Respuesta de Mariana:

Hace 6 anos que mi hija Juliana (11) y yo vivimos aca.
Mis viejos hacen 6 anos que viven en Virginia
Mi hermana Gabriela, su marido Leo y 3 nenes Nicolas (13), Facundo (10) y Martin (5) tambien viven en VA - 3 anos.
Mi hermana Barbara, su marido Tony y 2 nenas Alejandra (14) y Liana (11) viven en Miami. 14 anos en US.

Trabajo en Discovery Channel como secretaria ejecutiva.

Esta es la primera ves que me caso. Aunque en realida me case en Noviembre por civil, ahora viene la cremonia. Mi marido se llama David y tiene 2 chicos Alyssa (14) y Aren (11).

Mi familia directa esta toda aca, asi que no volvi a Argentina desde que me fui en el 2001.

Nosotras vivimos en Bethesda, Maryland. (15 minutos the Washington D.C) pero es otro estado. Mis viejos viven en Stafford,VA a 1 hora de mi casa y mi hermana Gabriela vive a 20 minutos the mis padres.

Subo una foto que me acaba de mandar quién, sino Cholo. Mariana es la hermosa, el galán de corbata salmón es nuestro tío y el galán del fondo es el afortunado marido.

jueves, 7 de junio de 2007

Primas y primitas

Hola a todos!
voy a mandar algunas fotos para que queden en el blog, las fotos de mis chicos y ahijada.
Virgina la hija de PAtricia es también mi ahijada además de Irina y de otras nenas amiguitas pero de confirmación.

En un tiempo les mano más.
Un beso grande a todos.
Ana.